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jueves, 9 de marzo de 2017

Relato de Jueves Literario: "Bon apéttit"

La convocatoria de esta semana la lleva Nieves, quien nos propone relatar con palabras suculentas, apetitosas. Que tengan buen apetito nos desea, En su casa, mas relatos.



EL CALOR DE UNA COCINA

Los minutos descorren el velo de harinas volátiles y alivian los poros de los azulejos. Al calor crece, respira, bulle el fermento. El agua tibia funde el sabor de cristales salobres que inundan con un ademán el pequeño desierto de polvos quietos. Se mezclan, se hacen una masa untuosa, se aquerencian a los dedos. En un costado el queso suda fuera de la heladera, en el otro: los tomates contagian su bochorno y un mar de cebollas destila ácido en aguas templadas. 
Se condesan gordas nubes acres en las pupilas celestiales y desborda la lluvia los lagrimales rotos. Aprovechan el salvoconducto los pensamientos tristes. Se nubla la vista pero no la necesita para hacer lo que hace, a ciegas descarga en la masa la fuerza de sus manos abiertas. Se seca la cara con los brazos libres y se enjuga la nariz húmeda dejando un rastro brillante de vellos aplastados. La estira, se retrae, la empuja, la pellizca, la encierra en los puños una y la otra se escapa, elástica por las grietas abiertas entre las falanges. 
Finalmente, ceden las partes y se juntan  en una argamasa lisa que exhala. El calor del horno trocará las promesas en deliciosas verdades que se dicen con lenguas jugosas.


jueves, 2 de marzo de 2017

Relato de Jueves Literario: "La ventana indiscreta"

Este jueves Alfredo lidera la convocatoria. Nos sugiere escribamos historias que se esconden tras muchas ventanas indiscretas. A su casa vamos a zambullirnos en relatos



MIENTRAS ME VISTO

¡Cuan satisfecha me siento en esa rutina diaria en la que solo yo quepo!
Antes de que los pasos de mi hijo pongan los míos tras los suyos, en la cocina nace el nuevo día. -¡Bájate de la silla!, ¡no abras la heladera descalzo!, antes de que estas palabras conminadas marquen la largada del recién llegado que correrá zigzagueando entre jardín de infantes, trabajo, comidas, compras, antes aún de que la radio anuncie que será una mañana calurosa y la tarde seguirá sin variaciones, en la singular, en la descastada hora previa a las horas hermanas yo me desperezo. Salto de la cama. Empujo con dos postigos hacia afuera la masa de luz de un sol púber e impaciente de comienzo de verano, venzo su resistencia y dejo que se cuele para abrirme un paréntesis en las sombras. En el espacio claro delimitado por un espejo de pie a un costado, en otro un viejo armario y enmarcado en la ventana, los postigos de enfrente eternamente cerrados, estoy a gusto.
En la hora solitaria me visto despacio, me reconcilio con mi reflejo. Como cada día elijo un sostén con aros que me dibuja las jorobas de un corazón en el escote, luego, mientras busco otra prenda, como cada día me lo quito y en su reemplazo me pongo uno sin aros de micro-fibra gruesa y adherente que me cubre casi toda la espalda y termina unos centímetros arriba del ombligo. Los tengo todos en color piel, quiebro un poco la cintura, me miro, me cubre los rollos, los pellizcos flojos, me da firmeza, me giro, me hace ver estilizada, me siento delgada, la imagen devuelta borra los rencores de la noche.
Al final del día mi hijo se sorprende, -¡mira, luz mamá!, dice señalando los postigos de enfrente que han cambiado de color, de un verde gastado a uno blanco brillante que en verdad resplandece dando señales de vida a ojos vecinos extrañados.
Una nota mínima tirada bajo la puerta da discreta cuenta de que se respira tras los postigos blanco brillante, "Mi estimada, no abandone el sostén que es como su carne"