¡La ropa está carísima!
¡Que difícil se hace vestirse hoy en día, y no solo a causa de los precios que están por las nubes!
Hace unos días acompañé a RAT a comprarse unos pantalones. Por suerte para él, -a pesar de haberse ganado algunos kilos de más desde que dejó de fumar hace un año, y de que ya se le volaron unas cuantas chapas de la cabeza-, no ha perdido toda su galanura.
Podemos decir que la moda no lo ha desterrado fuera de sus fronteras como lo ha hecho con otros, y que todavía lo trata con decorosa amabilidad.
-Piufff! Todavía sale airosa la imagen que le devuelve el espejo en la prueba de un jean oscuro, y puede lucir con cierto aplomo una camisa con costuras un poco entalladas.
Reparé con empatía en los demás hombres que salían de los probadores contiguos para observarse en el gran espejo, y pedir opinión a sus acompañantes.
Desfilaban por la alfombra treintones y cuarentones mientras se miraban de atrás y adelante. Levantaban pecho y entraban panza.
-Mmm! Hay géneros que no favorecen!
Alguno daba unos pasos enfundado en un moderno pantalón medio chupín, pero el convencimiento no llegaba!
¡Cómo desviar la atención cuando el desequilibrio manifiesto en el flanco la pide a gritos! Y es que el culo parece desbordarse sobre piernas tan angostas!
-Ayy! Crueldad descarnada!
Si no se está entre las filas de jóvenes y adonis, -aquellos tocados por la varita generosa de la naturaleza para quienes no habrá cavilación en los espejos-, son tiranos los designios de la moda y los requerimientos de la imagen con fuerte acento citadino.
¡Y cómo se ensaña con los hombres en la mediana edad y en la media clase!
Recuerdo un pasaje del libro de Stendhal, “La cartuja de Parma”, sobre un oficial francés que pasaba grandes apuros por causa de su vestimenta y despertaba en las mujeres de la casa, una emoción nacida en la ternura, y contaba:...”que el Ejercito de Napoleón entró en Milán en 1796. Este ejercito que era admirado por los nobles de Europa y exaltado por su valor y representación, sin embargo era pobre. Carecían de zapatos, pantalones, casacas y sombreros.
Los oficiales fueron alojados en casas ricas puesto que había que reponerse.
Un Teniente Robert se alojaba en el Palacio de la Marquesa del Dongo. Tenía por todo capital un escudo de seis francos. En Lodi le había quitado a un oficial austríaco muerto de un balazo, un pantalón de nanquín, nuevo y hecho a medida.
Sus charreteras de oficial eran de lana y su casaca dejaba ver el revés por los rasguños del tejido. Su atavío personal ofrecía un detalle más triste aún: las suelas de su calzado eran pedazos de sombrero recortados en pleno campo de batalla. Aquellas suelas improvisadas iban sujetas a los zapatos con bramantes demasiados visibles, de modo que cuando el mayordomo se presentó en la habitación del Teniente Robert para invitarle a comer con la Sra. Marquesa, el apuro del oficial no tuvo límites.
Su asistente y él pasaron las dos horas que faltaban para la comida recosiendo un poco la casaca y tiñendo de negro, con tinta, los malditos bramantes de los zapatos...”
Con mucho menos dramatismo, y en un sentido más propio de nuestros días proclamo: ¡Pobre el hombre que pierde sus galas por cuestiones de la naturaleza y de la economía!
¡Que ambas hacen una unión formada en el infierno!
Da verdadera ternura ver a los hombres cuando toman conciencia que la relación entre la pretensión estética y la naturaleza de sus cuerpos a la postre se trunca, o se da a medias, reticente.
Ello más que con las mujeres. ¿Acaso porque estemos mejor armadas en esto de la galanura y la impostura del vestido?
Lo que las mujeres tenemos a favor es que se nos permite hablar abiertamente de estos temas, y así te enterás de dónde está el outlet de la marca que te gusta o te suele quedar bien la ropa, algún producto milagroso para el cabello, novedades de maquillaje, peluquerías donde hacen magia, etc.
ResponderEliminarLos hombres pobres se tienen que arreglar solitos porque en general no da que se anden ocupando de estos temas, y allí pobres suelen sufrir en silencio (o a lo sumo con la ayuda de internet o una comprensiva esposa).
Tal vez es por esto que no hay mucha ropa barata para hombres.
Y respecto al cuerpo, pasa como con tantas otras cosas: cuando sos joven en general tenés buen cuerpo, pero no plata; al tiempo tenés plata para comprarte la ropa que quieras, pero ya no el cuerpo para que te luzca... en fin en eso RAT es afortunado!
Besos!
vengo de leer a mar martin...ella nos muestra un exposición que fue a ver...el comentario que le hago a ella me va a servir para esta entrada tuya..espera que voy y te lo copio:
ResponderEliminarhttp://aunqueseauninstante.blogspot.com/2011/04/realismos-la-huella-de-courbet-en-el.html...esta es su entrada...y este mi comentario:
me gustarìa a veces ser dictador...y si fuera dictador una de las cosas que haría sería la de promulgar un edicto:
"desde hoy, y mientras el tiempo lo permita, y mientras la gente tenga ganas...eso sí, tres salidas a la calle constituiría obligación...mientras el tiempo lo permita , todo el mundo habría de ir en pelota picada"
besos., marcita.
besos, ceci.
Te digo, un poquiiito de ternura me dan. Pero más que nada porque creo que empiezan a sufrir en carne propia (y a entender) lo que es la tiranía de la moda sobre las formas de nuestros cuerpos. No creo que para las mujeres sea más fácil, creo que ya estamos resignadas a soportar el mal rato del probador, jeje. Por lo menos ASÍ LO VEO YO, jajaja. Besos!!
ResponderEliminarjajajajajaja, muy bueno, Ceci, para mi la única forma de evitar todo eso es aceptarse tal cualuno es, aceptar que los años tampoco pasan en balde por nosotros y que no somos inmunes a la fuerza de la gravedad, jajajajajajaja
ResponderEliminarUn beso
Eso digo yo Manu, ¿la gravedad quien la invento? Todo se nos cae, que lastima de nuestros mimados cuerpos, cuidamos la comida, la bebida, los paseos y alimentamos el intelecto, pero la ropa que en el escapara es ideal, cuando te ves en el espejo del probador, se te cae el alma al suelo.
ResponderEliminarPero seguro tocaya, que a tus ojos tú contrario es el mejor.
Besos transoceánicos
Ceci, me he reído leyéndote y viéndome reflejada; pero no como la acompañante que observa la escena, sino como la persona que tímidamente abre la cortina del probador y pide a su marido que se acerque para verla porque no está muy convencida de salir "al mundo exterior" vestida de esa guisa. Gracias por alegrarme la mañana.
ResponderEliminarRat? Ratatouille? jajajaj, perdón.
ResponderEliminarLos hombres derrapan bastante mas que las mujeres con el tema vestimenta. Salvo para algunos, el paso de los años es impiadoso, y creo que tienen menos armas que las mujeres para disimular los defectos.
El pasaje de Stendhal me remitió (no se porqué, porque no tiene nada que ver) a un momento de Eva el musical: cuando ella le dice a Mario que recuerda su camisa, esa camisa que no daba asco, daba risa ... .
Los hombres no saben comprar solos! en eso somos bastante diferentes.
Un beso