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Estas fotos evocan una tarde gris en la playa de Los Pescadores de Punta del Diablo, Uruguay.
Punta del Diablo es de esos pueblos donde uno se quita los zapatos y los pierde de vista hasta que llega el momento de rearmar la valija.
Puede que a primera vista el lugar dé la impresión de ser una modesta aldea de pescadores.
Un puñado de chozas desperdigadas sin orden sobre calles laberínticas que no obedecen a ningún trazado.
Mas, luego de brindarle una segunda mirada, ya habremos descartado la primera impresión.
Ni las casas son chozas, -de hecho hay muchas cabañas muy modernas y construidas con bastante criterio-, ni las calles son un dibujo antojadizo.
Mas bien, responden a un trazado poco convencional, y efectivo.
Viendo un plano del pueblo resulta que las calles son diagonales a las playas, de manera que la mayoría de las casas, -sean mas altas o mas bajas-, tienen vista al mar.
Esta “diagonalidad” que es tan beneficiosa para los inmuebles, provoca serios problemas de “orientación” en los transeúntes que pretenden llegar de un punto a otro, desplazándose por los pliegues del abanico, mas alejados del vértice.
Indefectiblemente nos vamos a encontrar girando en un codo del camino, después en otro, y en otro. Y nos veremos obligados a tomar referencias. El color de una casa, un cartel, un árbol inclinado. Todo vale para encontrar el camino de regreso.
Particularmente de noche, y ante la ausencia de alumbrado público, se escuchan las voces de transeúntes ocasionales y se adivinan breves divagos que la oscuridad no ayuda a aliviar.
Y es que se sabe! Nuestra orientación sufre cuando es separada de los ángulos rectos.
Como sea, el pueblo tiene su fama, y es seguro que ha juntado mérito para ganarla.
Sus amplias playas, la del Rivero y la de la Viuda, -de fieras olas que hacen el placer de los surfistas-, amanecen bajo cielos plomizos a veces amenazantes, que para mediodía se habrán despejado adoptando su cara mas brillante.
Desde la playa o de cualquier barcito de la “costa” se puede vigilar de reojo el regreso de los botes pescadores, que a última hora de la tarde regresan con el botín de la jornada.
Si hay suerte, al final de un día prodigo en bendiciones, nos haremos de un ejemplar de corvina que será portado de su cola hasta un destino sobre brasas.
Y un par de horas mas tarde, rendiremos los pequeños honores, con que los comensales agradecidos, celebramos en privado las delicias de la vida.