Por problemas técnicos de Gustavo, la convocatoria de esta semana es en el blog de Ma. José. Así que más ollas humeantes se encuentran en:
http://blogdemjmoreno.blogspot.com/
Son estas que vienen a continuación, tres escenas de festines, diferentes en comidas, colores y sabores.
Me ha quedado un poco largo el relato, me excuso por eso, felicito y agradezco al que quede leyendo hasta el final.
ALGUNAS ESCENAS Y CENAS.
Escena 1: Rojos: vino, tomates y rubor
Apenas ingresó al departamento, se le indicó acomodarse en un coqueto sillón junto a un montón de extraños.
Desde su posición podía ver la cocina que estaba integrada a la sala, y a los anfitriones trabajando afanosamente entre utensilios y cacerolas. Los ambientes estaban divididos apenas por una mesada pasa-platos.
Uno de los cocineros era alto, algo esmirriado, tenía un bronceado escaso que desentonaba en esa ciudad de playas, y una calvicie incipiente. Sin embargo el tipo se movía en ese elemento culinario con asombroso aplomo y experticia propia de un profesional.
La atención de ella fue rápidamente captada.
Entre extrañada, -sabía que en otro contexto no le hubiera dirigido al sujeto una segunda mirada-, y fascinada, seguía sus movimientos.
Lo vio practicarle con precisión de cirujano unos pequeños cortes en cruz a las bases de unos tomates redondos, maduros, de un rojo escandaloso, para sumergirlos en agua hirviendo. Al poco los retiró del agua y sin prisas ni esfuerzo aparente, con la delicadeza de un amante decidido, los despojó uno a uno de su pellejo, y cortó sin miramientos en prolijos pedacitos.
Con el canto de una mano dio unos cuantos golpes secos sobre una cuchilla enorme que sostenía con la otra mano, mientras se escuchaban como una queja, el crujir de los ajos al partirse bajo la hoja brillante.
Se adentró en su mente el ruido rítmico y monótono del picado sobre la madera.
El aroma que despedía la salsa pródiga en aceite de oliva, ajos, tomates, albahaca, tomillo, creció en forma proporcional al atractivo del devenido cocinero-galán.
Finalmente, de entre unos paquetes de fideos secos, tomó uno y lo paró sobre la mesada. De un movimiento certero y rápido golpeó unos de sus extremos en el mármol emitiendo sordo estruendo, en tanto por el otro extremo emergía la parva de pasta amarilla, desgarrando celofán con impetuosa impudicia.
En el extremo de la sala una mano presta sobre una boca, sofoca a tiempo una exhalación inaudible.
Escena 2: Dorados: brasas y fogón
Los cuatro jóvenes, dos chicas e igual número de chicos se preparaban para compartir una rica cena. Sería su preparación un ritual sencillo y sabroso, de los que tanto gustan a los hombres de estas tierras.
Cualquier animal de pescuezo roto, cuerpo hábilmente desmembrado, en definitiva: cualquier pedazo de carne, con o sin hueso, adobada con sal gruesa o con discreta imaginación, puesta a asar sobre las brasas de una parrilla, constituye una labor masculina, -en apariencia simple-, pero compleja y refinada, que destaca las dotes de paciencia, concentración esmerada y sabiduría epicúrea. Todas reflejo de una virilidad reposada y sensible, altamente apreciada entre las huestes femeninas.
Cabe aclarar que los costes del festín serían soportados por mitades entre los bandos, dado que la sufrida economía de esos últimos días de vacaciones, venía tocando peligrosamente el fondo de los bolsillos.
Los chicos pondrían el sitio, a escanciar algún buen vino, y los carbones a punto. Las chicas, los bocados a acomodar sobre la parrilla.
Se había hecho muy tarde. Iban apuradísimas abriéndose paso entre la gente, caminando con grandes zancadas conforme lo permitía el largo de sus piernas.
Entraron a un local donde se asaban unos grandes pollos de granja.
Giraban fragantes ensartados en espadas acariciando las llamas, mientras un asador transpirado y de cara enrojecida les esparcía limón con una brocha de cerdas pegoteadas. El jugo abrillantaba las pieles y rápido se evaporaba, y en cada vuelta sudaban los pollos apetitosos, densas gotas de grasa que hacían chirriar humeantes las brasas
Las chicas aunque tentadas, pensaron en las brasas solitarias que las estarían esperando..
El vendedor señalaba sonriente las piezas más doradas y crujientes. Con incredulidad y ante la indicación de las féminas dirige su vista hacia las piezas del otro extremo, recién puestas a asar
-Sí, ese! -Señalan con gestos algo impacientes. –El más blanquito por favor!
Escena 3: Amarillos: fecundos granos bajo el sol
Bajo el sol abrasador de fines de diciembre, un grupo de mujeres jóvenes se han reunido con miras a participar en una acostumbrada y suculenta ceremonia estival.
La quietud de la siesta es interrumpida por el chillido estertórico de un benteveo, y el chapoteo que producen los aleteos de gorriones que sobrevuelan rasantes el agua de la pileta.
En ese ambiente de sosiego y risas relajadas de reminiscente gineceo, pronto las mujeres dan inicio a las actividades prácticas del ritual. El sol toma a su cargo secar la humedad de las cabelleras chorreantes, y esfumar con bruma blanquecina el verde del césped.
Algunas eligen la sombra, otras se sientan al borde de la pileta con los pies sumergidos en el agua, y acomodan en el espacio dejado por la abertura de sus piernas: un plato contenedor, y un instrumento que les permitirá rallar los choclos para hacer una magnífica humita.
No son raras las incongruencias por estas latitudes. Sofoca el calor en los días posteriores a la navidad, y sin embargo son éstos, -en que se propagan en tierras vecinas los maizales altos y robustos, generosos y abundantes-, los más propicios para preparar este guiso calórico y portentoso, que convoca por igual a seguidores de dietas e inapetentes.
Refulge el amarillo prístino de los granos gordos, maduros, alineados en las mazorcas que al contacto se abren prestos a dejar escapar la pulpa untuosa.
Crema espesa y virtuosa, maná de los nativos indígenas: Oh! Te invocamos! Que llenas los sentidos lo mismo que los platos soperos!
A un lado esperan las calabazas de cáscara rugosa, de cuyas fauces abiertas ha de extirparse pulpa fibrosa, naranja rabiosa.
Es en la última instancia que por alquimia cuidada, se unirán los ingredientes con salsita especiada con pimientos y cebollas, para equilibrar con equidad y picor, tan suave y exquisito dulzor.