
RECUERDOS DE PROVINCIA
Me viene bien este ejercicio para ir apuntalando la memoria, y así poner en conserva algunos recuerdos, en páginas que el espacio de los jueves me concede.
La ciudad de Córdoba fue mi hogar durante 8 años, allí estudié la carrera que hoy es mi profesión. Mi enfoque de la ciudad es íntimo y desde luego viene ligado a mis vivencias.
Córdoba es una ciudad que cuenta con un importante y rico patrimonio histórico colonial, constituido por varios edificios, entre ellos la Universidad Nacional, antiquísima, -la primera del país-, y de altísimo prestigio fundada por la orden Jesuita en 1613, y que convoca anualmente a estudiantes de todo el país.
Esta última circunstancia es la que le da a la ciudad una fisonomía especial y por la cual se le ha dado en llamar “la docta”, y que la distingue de las otras ciudades que también cuentan con casas de altos estudios.
Si bien en Buenos Aires hay concurrencia masiva de estudiantes del interior, la presencia de éstos es difusa, y se pierde dentro del entramado urbano. Pero en Córdoba, esa convocatoria masiva de estudiantes de las regiones mas diversas del país se encuentra manifiesta, individualizada y palpable. Marca el pulso de la ciudad, por su concentración en barrios que desde hace años a esta parte, han devenido en casi exclusivos para estudiantes.
Unos modernos, otros tradicionales, de casas bajas con zaguán, como el viejo barrio del Hospital de Clínicas.
Poblado de casas de pensión, como las que alguna vez alojaron a mi padre y a mi abuelo que allí estudiaron, y del que todavía se cuentan las anécdotas de cuando se cerraban las calles, y los estudiantes sacaban afuera mesas, sillas y vituallas para festejar en época de carnaval.
Viéndolo hoy, no queda lugar a dudas de que el barrio ha visto épocas mejores, y las historias de ese pasado glorioso, de grupos de estudiantes que se alzaron por la reforma universitaria, -de la que fue cuna la ciudad con destino a todo el país-, seguirán haciéndose eco entre las nuevas generaciones, en tanto siga alineada la voluntad de la ciudad, con la preservación de los valores universitarios de los que se precia y son su mayor orgullo.
El centro, que fue sede de mi hogar durante los años que viví en Córdoba, mantiene intacto su encanto.
Solía mofarme de que en todos esos años, rara vez, -mas bien contadas con los dedos de una mano-, fueron las veces que tuve que tomar un bus para trasladarme a algún lugar dentro de la ciudad.
Mis itinerarios dentro de la ciudad fueron siempre de caminante. Por calles empedradas y entre edificios vetustos de corte colonial me dirigía a la facultad, hacía mis compras y paseos.
De hecho la facultad donde cursé mis estudios se encuentra comprendida dentro de la llamada “manzana jesuítica”, recientemente declarada patrimonio cultural de la humanidad.
Por las noches, especialmente en verano, desde la calle peatonal por la que se accede a los viejos edificios, y también desde las calles aledañas, todas cercadas por enormes conventos e iglesias de campanas repiqueteantes, llegan con el aire vespertino, sones de guitarras. Ese centro histórico y renovado, que se despereza de una larga siesta calurosa, cobra vida mientras los aromas de la cocina regional gritan su presencia.
Y de a poco se van animando las peñas cercanas, de cantores que hacen gala de sus canciones folckloricas nativas, y de los concurrentes que con empanada jugosa en mano, y un vaso de vino en la otra, ¡se las ven en figuritas cuando de ubicación en mesa disponible se trata!
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La foto es gentileza de mis amigos Juan y Elisa.