La convocatoria de este jueves es escribir un relato que tenga como máximo 125 palabras solamente, cuyos personajes (ya determinados por Gustavo, aclaro que no es narcisismo) son: Sebastián, Cecilia y un animal.
Mas microrelatos en lo de Gustavo: http://callejamoran.blogspot.com/
UNA MICROHISTORIA
Sentada en su secreter, Cecilia piensa y se mordisquea las uñas.
Tiene ante sí la difícil tarea de poner en palabras almibaradas, la verdad sobre sus intenciones.
Hasta ahora, su padrino Sebastián le ha complacido en todos sus caprichos.
Pagó por sus clases de canto, de pintura, y por su gusto de arrasar los escaparates de las tiendas.
Nunca ha tenido talento para las cuestiones domésticas, ni vocación de esposa abnegada como lo espera su padrino.
Greta, -su gata persa-, se pasea, gorda, majestuosa, sorteando con indiferencia ladina los papeles hechos bollos.
Se echa displicente al pie de la lámpara de aceite, -la única encendida en el internado de señoritas-.
Su cola se mece con cadencia socarrona, mientras sus ojos siguen la pluma de Cecilia.
Porque yo tenía un placard que parecía no tener fondo. El mismo albergaba un universo de cosas variadas y algunas hasta olvidadas. Grande fue su fama y a mucha gente su capacidad impresionó, que a menudo sobre un objeto o prenda preguntaban: ¿Acaso lo sacaste del fondo de tu placard?
jueves, 26 de mayo de 2011
jueves, 19 de mayo de 2011
Relato de Jueves Literario: ¿Hay vida después de blogger?" Escribamos para demostrar que existimos".
¿Existimos y luego escribimos, o es al revés? Porqué escribimos, existimos.
Sin dudas la palabra escrita, testimoniante y más fiel que su compañera a la que se la lleva el viento, da cuentas de nosotros con inequívoco y duradero empeño. Y nos trasciende, aun después que haya volado la última hoja del recuerdo.
Más temas de la convocatoria en lo de Gustavo: http://callejamoran.blogspot.com/
TE VOY A DAR LO QUE YO QUIERA
Hoy he de prepararte el desayuno. Serán unas cuantas palabras mezcladas y sazonadas, -si me sale!
Es que a veces, el ímpetu que me anima al levantarme, al rato me abandona.
Abro la heladera y miro su contenido. Tomo a adormilada y destemplada.
Dudo y me detengo en el medio de la cocina, sujetándolas fuertemente sin saber que hacer con ellas. Adormilada quiere escapar de la luz del día, y destemplada corre hacia la estufa.
-¡Váyanse! –No las necesito.
Deposito los dulces sueños junto a la jalea de membrillos, y me percato de que en el suelo yace caída una idea. Me sobra...¡No importa! la meto en el freezer.
Pronto el calorcito que despide la estufa encendida quiere acompañarme, y entre los dos cascamos lo que queda del mal humor matinal. Cómplices gustosos, lo vemos deslizarse viscoso por la pared del bowl.
¡Epa!, las tostadas reclaman atención!
Paciencia las vigila, pero imprudencia igual se apura, e invita a mis dedos que por anticipados, se queman. En tanto con un chiflido vaporoso, la pava se une al reclamo por atención.
Torpeza acude en ayuda. ¡Claro que más torpe que presta!, provoca el choque de cacharros, que tintinean agudos: clink!..clink! como campanitas. Se derrama algo del líquido borboteante, y con un largo suspiro: ufffff!, extingue la llama de la hornalla.
Las palabras vienen a mí en bandadas, y yo trato de cazarlas al vuelo.
Que se queden quietas, les pido! Mientras procuro ordenarlas en oraciones con sentido.
Pero es inútil! Juguetonas se mueven alrededor de mi taza humeante como si hicieran la danza de la lluvia,...y yo, todavía no me despabilo!
Y el video,...solo porque me gusta.
viernes, 13 de mayo de 2011
Relato de Jueves (con atraso) Literario: Portugal: ¿Qué significa para ti?
Por problemas técnicos con blogger no pude subir el relato el día de ayer. Así que con atraso cumplo con la reunión juevera. Y aquí estoy!
A propósito del rescate financiero que pidió Portugal, la convocatoria de la semana plantea la pregunta del título.
La verdad es que Portugal para la gente de estas tierras no significa mucho. Sacando el famoso vino de Madeira y alguna que otra postal de playas con acantilados, los portugueses nos suenan por su participación en la colonización de nuestro continente, y en algunas batallas durante la época del Virreinato y posterior.
Pero hete que buscando algo mas cercano, algo portugués que me trajera hasta estas tierras y que me diera alguna idea para un relato, me encontré con la recopilación de las crónicas de un "Diario de Navegación" de un navegante de esa nacionalidad, que anduvo por el delta litoraleño, y describe sus experiencias en un tono ameno y atractivo, como las tierras que lo motivaron.
El relato que sigue a continuación, es de mi autoría. Pero si quieren visitar las crónicas autenticas, (vale la pena y el tiempo hacerlo) pueden clickear aquí.
Más relatos de Portugal en lo de Gustavo: http://callejamoran.blogspot.com/
UN PORTUGUÉS NAVEGANTE
Crecían las disputas entre España y Portugal a fines del siglo XV, por sus dominios ultramarinos.
El Pontífice Alejandro VI había ya ensayado en 1493, una solución para las potencias católicas, que consistía en la partición del océano Atlántico, dividiendo así las zonas de libre exploración. El este era para Portugal, el oeste para España.
El tratado de Tordesillas de 1494, modificó la línea demarcatoria que iba de polo a polo, corriéndola hacia el oeste unas 270 leguas.
Portugal aunque ganaba zonas sobre las llamadas Indias Orientales, lejos de contentarse, entendió la Bula Papal como una derrota diplomática. Esto dio comienzo a una serie de incursiones exploratorias, con ánimo de expandir sus territorios.
En 1531 Juan III, monarca de Portugal, encomienda a delegaciones militares, emprender acciones que tenían por objetivo, colocar asentamientos portugueses en la cuenca del Río de la Plata.
Las crónicas extraídas del “Diario de NavegaÇao” de Pero Lopes de Sousa, indican que el navegante llevo a cabo en diciembre de ese año, una travesía exploratoria en el Río de la Plata y las islas del Delta del Paraná.
Cuenta la crónica del navegante que los tripulantes se sorprendieron y maravillaron por la hermosura de esas tierras y sus costas, por la abundancia de la caza, por la holgura de sus alimentos, y por la afabilidad de sus pobladores.
...Entraba la embarcación en esa boca enorme donde trocan las aguas del océano por esas otras amarronadas y dulces. Y vio con satisfacción el marino, que el río era de tal anchura como un mar, de bajo oleaje y horizontes distantes.
Mansa avanzaría la quilla cortando las aguas profundas y engañosas, con filo implacable.
Navega río arriba siguiendo la costa cercana por el Paraná Guazú, del que se abren anchos brazos de agua correntosa.
Caudales que arrastran los matorrales flotantes de aguapés cuando la crecida, y visten de azul jacinto, las flores.
Se deslizan veloces las canoas de madera olorosa. Y surcan los ríos en ellas los robustos Chanáes y los valerosos Querandíes.
Son oscuras las aguas que soportan la fuerza del temporal que trae la sudestada.
Se revuelven fieras las olas, y esparcen el limo en las costas.
Son ricas las aguas, que proveen enormes peces de carnes grasas y firmes.
¡Bendito sea el sábalo, el surubí, y el dorado!
Aparece allá una isla, otra, y otra.
De pastos altos y verdes que pisan los venados, y los jaguares en su carrera.
De árboles frondosos que sirven de posadera, lo menos, a un centenar de aves...
La política lusitana de expansión en territorio rioplatense se vio frustrada por el celo español, mediante la 1ª fundación de Buenos Aires en 1535.
(La primera fundación fue abandonada en 1541, concentrándose entonces las guarniciones en Asunción, para evitar el avance lusitano)
La 2ª fundación de Buenos Aires en el lugar donde está emplazada actualmente, fue en 1580.
La foto corresponde al Rio de la Plata, pooor supuesto, (que ni falta hacía aclarar!)
A propósito del rescate financiero que pidió Portugal, la convocatoria de la semana plantea la pregunta del título.
La verdad es que Portugal para la gente de estas tierras no significa mucho. Sacando el famoso vino de Madeira y alguna que otra postal de playas con acantilados, los portugueses nos suenan por su participación en la colonización de nuestro continente, y en algunas batallas durante la época del Virreinato y posterior.
Pero hete que buscando algo mas cercano, algo portugués que me trajera hasta estas tierras y que me diera alguna idea para un relato, me encontré con la recopilación de las crónicas de un "Diario de Navegación" de un navegante de esa nacionalidad, que anduvo por el delta litoraleño, y describe sus experiencias en un tono ameno y atractivo, como las tierras que lo motivaron.
El relato que sigue a continuación, es de mi autoría. Pero si quieren visitar las crónicas autenticas, (vale la pena y el tiempo hacerlo) pueden clickear aquí.
Más relatos de Portugal en lo de Gustavo: http://callejamoran.blogspot.com/
UN PORTUGUÉS NAVEGANTE
Crecían las disputas entre España y Portugal a fines del siglo XV, por sus dominios ultramarinos.
El Pontífice Alejandro VI había ya ensayado en 1493, una solución para las potencias católicas, que consistía en la partición del océano Atlántico, dividiendo así las zonas de libre exploración. El este era para Portugal, el oeste para España.
El tratado de Tordesillas de 1494, modificó la línea demarcatoria que iba de polo a polo, corriéndola hacia el oeste unas 270 leguas.
Portugal aunque ganaba zonas sobre las llamadas Indias Orientales, lejos de contentarse, entendió la Bula Papal como una derrota diplomática. Esto dio comienzo a una serie de incursiones exploratorias, con ánimo de expandir sus territorios.
En 1531 Juan III, monarca de Portugal, encomienda a delegaciones militares, emprender acciones que tenían por objetivo, colocar asentamientos portugueses en la cuenca del Río de la Plata.
Las crónicas extraídas del “Diario de NavegaÇao” de Pero Lopes de Sousa, indican que el navegante llevo a cabo en diciembre de ese año, una travesía exploratoria en el Río de la Plata y las islas del Delta del Paraná.
Cuenta la crónica del navegante que los tripulantes se sorprendieron y maravillaron por la hermosura de esas tierras y sus costas, por la abundancia de la caza, por la holgura de sus alimentos, y por la afabilidad de sus pobladores.
...Entraba la embarcación en esa boca enorme donde trocan las aguas del océano por esas otras amarronadas y dulces. Y vio con satisfacción el marino, que el río era de tal anchura como un mar, de bajo oleaje y horizontes distantes.
Mansa avanzaría la quilla cortando las aguas profundas y engañosas, con filo implacable.
Navega río arriba siguiendo la costa cercana por el Paraná Guazú, del que se abren anchos brazos de agua correntosa.
Caudales que arrastran los matorrales flotantes de aguapés cuando la crecida, y visten de azul jacinto, las flores.
Se deslizan veloces las canoas de madera olorosa. Y surcan los ríos en ellas los robustos Chanáes y los valerosos Querandíes.
Son oscuras las aguas que soportan la fuerza del temporal que trae la sudestada.
Se revuelven fieras las olas, y esparcen el limo en las costas.
Son ricas las aguas, que proveen enormes peces de carnes grasas y firmes.
¡Bendito sea el sábalo, el surubí, y el dorado!
Aparece allá una isla, otra, y otra.
De pastos altos y verdes que pisan los venados, y los jaguares en su carrera.
De árboles frondosos que sirven de posadera, lo menos, a un centenar de aves...
La política lusitana de expansión en territorio rioplatense se vio frustrada por el celo español, mediante la 1ª fundación de Buenos Aires en 1535.
(La primera fundación fue abandonada en 1541, concentrándose entonces las guarniciones en Asunción, para evitar el avance lusitano)
La 2ª fundación de Buenos Aires en el lugar donde está emplazada actualmente, fue en 1580.
La foto corresponde al Rio de la Plata, pooor supuesto, (que ni falta hacía aclarar!)
jueves, 5 de mayo de 2011
Relato de Jueves Literario: La Comida.
Por problemas técnicos de Gustavo, la convocatoria de esta semana es en el blog de Ma. José. Así que más ollas humeantes se encuentran en: http://blogdemjmoreno.blogspot.com/
Son estas que vienen a continuación, tres escenas de festines, diferentes en comidas, colores y sabores.
Me ha quedado un poco largo el relato, me excuso por eso, felicito y agradezco al que quede leyendo hasta el final.
ALGUNAS ESCENAS Y CENAS.
Apenas ingresó al departamento, se le indicó acomodarse en un coqueto sillón junto a un montón de extraños.
Desde su posición podía ver la cocina que estaba integrada a la sala, y a los anfitriones trabajando afanosamente entre utensilios y cacerolas. Los ambientes estaban divididos apenas por una mesada pasa-platos.
Uno de los cocineros era alto, algo esmirriado, tenía un bronceado escaso que desentonaba en esa ciudad de playas, y una calvicie incipiente. Sin embargo el tipo se movía en ese elemento culinario con asombroso aplomo y experticia propia de un profesional.
La atención de ella fue rápidamente captada.
Entre extrañada, -sabía que en otro contexto no le hubiera dirigido al sujeto una segunda mirada-, y fascinada, seguía sus movimientos.
Lo vio practicarle con precisión de cirujano unos pequeños cortes en cruz a las bases de unos tomates redondos, maduros, de un rojo escandaloso, para sumergirlos en agua hirviendo. Al poco los retiró del agua y sin prisas ni esfuerzo aparente, con la delicadeza de un amante decidido, los despojó uno a uno de su pellejo, y cortó sin miramientos en prolijos pedacitos.
Con el canto de una mano dio unos cuantos golpes secos sobre una cuchilla enorme que sostenía con la otra mano, mientras se escuchaban como una queja, el crujir de los ajos al partirse bajo la hoja brillante.
Se adentró en su mente el ruido rítmico y monótono del picado sobre la madera.
El aroma que despedía la salsa pródiga en aceite de oliva, ajos, tomates, albahaca, tomillo, creció en forma proporcional al atractivo del devenido cocinero-galán.
Finalmente, de entre unos paquetes de fideos secos, tomó uno y lo paró sobre la mesada. De un movimiento certero y rápido golpeó unos de sus extremos en el mármol emitiendo sordo estruendo, en tanto por el otro extremo emergía la parva de pasta amarilla, desgarrando celofán con impetuosa impudicia.
En el extremo de la sala una mano presta sobre una boca, sofoca a tiempo una exhalación inaudible.
Los cuatro jóvenes, dos chicas e igual número de chicos se preparaban para compartir una rica cena. Sería su preparación un ritual sencillo y sabroso, de los que tanto gustan a los hombres de estas tierras.
Cualquier animal de pescuezo roto, cuerpo hábilmente desmembrado, en definitiva: cualquier pedazo de carne, con o sin hueso, adobada con sal gruesa o con discreta imaginación, puesta a asar sobre las brasas de una parrilla, constituye una labor masculina, -en apariencia simple-, pero compleja y refinada, que destaca las dotes de paciencia, concentración esmerada y sabiduría epicúrea. Todas reflejo de una virilidad reposada y sensible, altamente apreciada entre las huestes femeninas.
Cabe aclarar que los costes del festín serían soportados por mitades entre los bandos, dado que la sufrida economía de esos últimos días de vacaciones, venía tocando peligrosamente el fondo de los bolsillos.
Los chicos pondrían el sitio, a escanciar algún buen vino, y los carbones a punto. Las chicas, los bocados a acomodar sobre la parrilla.
Se había hecho muy tarde. Iban apuradísimas abriéndose paso entre la gente, caminando con grandes zancadas conforme lo permitía el largo de sus piernas.
Entraron a un local donde se asaban unos grandes pollos de granja.
Giraban fragantes ensartados en espadas acariciando las llamas, mientras un asador transpirado y de cara enrojecida les esparcía limón con una brocha de cerdas pegoteadas. El jugo abrillantaba las pieles y rápido se evaporaba, y en cada vuelta sudaban los pollos apetitosos, densas gotas de grasa que hacían chirriar humeantes las brasas
Las chicas aunque tentadas, pensaron en las brasas solitarias que las estarían esperando..
El vendedor señalaba sonriente las piezas más doradas y crujientes. Con incredulidad y ante la indicación de las féminas dirige su vista hacia las piezas del otro extremo, recién puestas a asar
-Sí, ese! -Señalan con gestos algo impacientes. –El más blanquito por favor!
Bajo el sol abrasador de fines de diciembre, un grupo de mujeres jóvenes se han reunido con miras a participar en una acostumbrada y suculenta ceremonia estival.
La quietud de la siesta es interrumpida por el chillido estertórico de un benteveo, y el chapoteo que producen los aleteos de gorriones que sobrevuelan rasantes el agua de la pileta.
En ese ambiente de sosiego y risas relajadas de reminiscente gineceo, pronto las mujeres dan inicio a las actividades prácticas del ritual. El sol toma a su cargo secar la humedad de las cabelleras chorreantes, y esfumar con bruma blanquecina el verde del césped.
Algunas eligen la sombra, otras se sientan al borde de la pileta con los pies sumergidos en el agua, y acomodan en el espacio dejado por la abertura de sus piernas: un plato contenedor, y un instrumento que les permitirá rallar los choclos para hacer una magnífica humita.
No son raras las incongruencias por estas latitudes. Sofoca el calor en los días posteriores a la navidad, y sin embargo son éstos, -en que se propagan en tierras vecinas los maizales altos y robustos, generosos y abundantes-, los más propicios para preparar este guiso calórico y portentoso, que convoca por igual a seguidores de dietas e inapetentes.
Refulge el amarillo prístino de los granos gordos, maduros, alineados en las mazorcas que al contacto se abren prestos a dejar escapar la pulpa untuosa.
Crema espesa y virtuosa, maná de los nativos indígenas: Oh! Te invocamos! Que llenas los sentidos lo mismo que los platos soperos!
A un lado esperan las calabazas de cáscara rugosa, de cuyas fauces abiertas ha de extirparse pulpa fibrosa, naranja rabiosa.
Es en la última instancia que por alquimia cuidada, se unirán los ingredientes con salsita especiada con pimientos y cebollas, para equilibrar con equidad y picor, tan suave y exquisito dulzor.
Son estas que vienen a continuación, tres escenas de festines, diferentes en comidas, colores y sabores.
Me ha quedado un poco largo el relato, me excuso por eso, felicito y agradezco al que quede leyendo hasta el final.
ALGUNAS ESCENAS Y CENAS.
Escena 1: Rojos: vino, tomates y rubor
Apenas ingresó al departamento, se le indicó acomodarse en un coqueto sillón junto a un montón de extraños.
Desde su posición podía ver la cocina que estaba integrada a la sala, y a los anfitriones trabajando afanosamente entre utensilios y cacerolas. Los ambientes estaban divididos apenas por una mesada pasa-platos.
Uno de los cocineros era alto, algo esmirriado, tenía un bronceado escaso que desentonaba en esa ciudad de playas, y una calvicie incipiente. Sin embargo el tipo se movía en ese elemento culinario con asombroso aplomo y experticia propia de un profesional.
La atención de ella fue rápidamente captada.
Entre extrañada, -sabía que en otro contexto no le hubiera dirigido al sujeto una segunda mirada-, y fascinada, seguía sus movimientos.
Lo vio practicarle con precisión de cirujano unos pequeños cortes en cruz a las bases de unos tomates redondos, maduros, de un rojo escandaloso, para sumergirlos en agua hirviendo. Al poco los retiró del agua y sin prisas ni esfuerzo aparente, con la delicadeza de un amante decidido, los despojó uno a uno de su pellejo, y cortó sin miramientos en prolijos pedacitos.
Con el canto de una mano dio unos cuantos golpes secos sobre una cuchilla enorme que sostenía con la otra mano, mientras se escuchaban como una queja, el crujir de los ajos al partirse bajo la hoja brillante.
Se adentró en su mente el ruido rítmico y monótono del picado sobre la madera.
El aroma que despedía la salsa pródiga en aceite de oliva, ajos, tomates, albahaca, tomillo, creció en forma proporcional al atractivo del devenido cocinero-galán.
Finalmente, de entre unos paquetes de fideos secos, tomó uno y lo paró sobre la mesada. De un movimiento certero y rápido golpeó unos de sus extremos en el mármol emitiendo sordo estruendo, en tanto por el otro extremo emergía la parva de pasta amarilla, desgarrando celofán con impetuosa impudicia.
En el extremo de la sala una mano presta sobre una boca, sofoca a tiempo una exhalación inaudible.
Escena 2: Dorados: brasas y fogón
Los cuatro jóvenes, dos chicas e igual número de chicos se preparaban para compartir una rica cena. Sería su preparación un ritual sencillo y sabroso, de los que tanto gustan a los hombres de estas tierras.
Cualquier animal de pescuezo roto, cuerpo hábilmente desmembrado, en definitiva: cualquier pedazo de carne, con o sin hueso, adobada con sal gruesa o con discreta imaginación, puesta a asar sobre las brasas de una parrilla, constituye una labor masculina, -en apariencia simple-, pero compleja y refinada, que destaca las dotes de paciencia, concentración esmerada y sabiduría epicúrea. Todas reflejo de una virilidad reposada y sensible, altamente apreciada entre las huestes femeninas.
Cabe aclarar que los costes del festín serían soportados por mitades entre los bandos, dado que la sufrida economía de esos últimos días de vacaciones, venía tocando peligrosamente el fondo de los bolsillos.
Los chicos pondrían el sitio, a escanciar algún buen vino, y los carbones a punto. Las chicas, los bocados a acomodar sobre la parrilla.
Se había hecho muy tarde. Iban apuradísimas abriéndose paso entre la gente, caminando con grandes zancadas conforme lo permitía el largo de sus piernas.
Entraron a un local donde se asaban unos grandes pollos de granja.
Giraban fragantes ensartados en espadas acariciando las llamas, mientras un asador transpirado y de cara enrojecida les esparcía limón con una brocha de cerdas pegoteadas. El jugo abrillantaba las pieles y rápido se evaporaba, y en cada vuelta sudaban los pollos apetitosos, densas gotas de grasa que hacían chirriar humeantes las brasas
Las chicas aunque tentadas, pensaron en las brasas solitarias que las estarían esperando..
El vendedor señalaba sonriente las piezas más doradas y crujientes. Con incredulidad y ante la indicación de las féminas dirige su vista hacia las piezas del otro extremo, recién puestas a asar
-Sí, ese! -Señalan con gestos algo impacientes. –El más blanquito por favor!
Escena 3: Amarillos: fecundos granos bajo el sol
Bajo el sol abrasador de fines de diciembre, un grupo de mujeres jóvenes se han reunido con miras a participar en una acostumbrada y suculenta ceremonia estival.
La quietud de la siesta es interrumpida por el chillido estertórico de un benteveo, y el chapoteo que producen los aleteos de gorriones que sobrevuelan rasantes el agua de la pileta.
En ese ambiente de sosiego y risas relajadas de reminiscente gineceo, pronto las mujeres dan inicio a las actividades prácticas del ritual. El sol toma a su cargo secar la humedad de las cabelleras chorreantes, y esfumar con bruma blanquecina el verde del césped.
Algunas eligen la sombra, otras se sientan al borde de la pileta con los pies sumergidos en el agua, y acomodan en el espacio dejado por la abertura de sus piernas: un plato contenedor, y un instrumento que les permitirá rallar los choclos para hacer una magnífica humita.
No son raras las incongruencias por estas latitudes. Sofoca el calor en los días posteriores a la navidad, y sin embargo son éstos, -en que se propagan en tierras vecinas los maizales altos y robustos, generosos y abundantes-, los más propicios para preparar este guiso calórico y portentoso, que convoca por igual a seguidores de dietas e inapetentes.
Refulge el amarillo prístino de los granos gordos, maduros, alineados en las mazorcas que al contacto se abren prestos a dejar escapar la pulpa untuosa.
Crema espesa y virtuosa, maná de los nativos indígenas: Oh! Te invocamos! Que llenas los sentidos lo mismo que los platos soperos!
A un lado esperan las calabazas de cáscara rugosa, de cuyas fauces abiertas ha de extirparse pulpa fibrosa, naranja rabiosa.
Es en la última instancia que por alquimia cuidada, se unirán los ingredientes con salsita especiada con pimientos y cebollas, para equilibrar con equidad y picor, tan suave y exquisito dulzor.
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