Este espacio ha sido premiado por Juan Carlos del Blog: ¿Y qué te cuento?, a quién agradezco, y quiero decirle que me siento profundamente halagada de saber que mis letras se cuentan entre sus blogs favoritos.
Tengo como condición: Pasar este premio a otros cinco blogs con menos de 300 seguidores, a fin de estimular su continuidad, los que deberán a su vez enlazarme en su entrada y seguir la cadena premiando a otros cinco blogs de su elección.
Vaya este premio a: Any, la de la risa alegre, la del humor exquisito, la de la fina ironía, la de la palabra que conmueve, la que rema en San Ignacio y a veces se deja flotar en su bote a la deriva.
A Chipi, porque siempre se concentra en el lado amable de las cosas, porque es bichera empedernida, no hay perro ni gato maltrecho que se le resista a sus brazos, por ser un encanto de persona...y los bichos lo saben, por eso la siguen no me caben dudas.
A las luchadoras incansables, porque no se rinden: Noe a la que le deseo toda la suerte en su nuevo intento, y a Mimí a quién le mando mucho ánimo.
Y por último a Mismellis, mamá de Repollete y Princesita gracias a la técnica de ovodonación, por sus reflexiones largas y sentidas, porqué cuenta lo que quiere y tiene para decir, y porque agradece a la vida y acompaña a su suerte.
Para hacer justicia debería abarcar el premio a muchas bolgueras, algunas prolíficas, otras no tanto, que me emocionan con sus letras, con sus vivencias y sentimientos que dejan al descubierto. Gracias a todos los que pasan por este mi espacio.
Porque yo tenía un placard que parecía no tener fondo. El mismo albergaba un universo de cosas variadas y algunas hasta olvidadas. Grande fue su fama y a mucha gente su capacidad impresionó, que a menudo sobre un objeto o prenda preguntaban: ¿Acaso lo sacaste del fondo de tu placard?
jueves, 26 de abril de 2012
jueves, 19 de abril de 2012
Relato de Jueves Literario: "Una de espias"
Esta semana nos juntamos en lo de Juan Carlos del blog ¿Y qué te cuento?, allá vamos por mas espionaje.
SECRETOS A LA FRANCESA
La galera tambaleante dejó a los esposos en la última posta. El viaje fue agotador, la fatiga era visible en sus cuerpos, sin embargo, a ella se la veía serena. El, sumamente irritado, estiraba las piernas y daba zancadas en paso castrense golpeando sus botas, desafiante sobre la calle polvorosa. Sus brazos no atinaban a seguirle el ritmo a sus pies pero pronto encontraron ocupación en bajar el equipaje. De momento, solo su fino bigote rasurado a la moda dejaba traslucir el ánimo que gobernaba su mente, inquieto, destilaba las últimas gotas de sudor envenenado.
Debieron pagar sobreprecio por un par de espacios incómodos en el coche del correo que los trajo, luego de que fueran retenidos en el destacamento militar del río Desaguadero, para ser sometido a un largo y reiterativo interrogatorio. Su origen francés lo hacía blanco de los abusos de la política del Restaurador donde quiera que fuere. No importaba lo mucho que insistiera sobre su infancia en Buenos Aires, ni que suscribiera con fervor a la causa nacional, esas sutilezas simplemente escapaban a los criollos cuando se tenía tan contundente flota francesa bloqueando la puerta de entrada y salida al país. Las sospechas de espionaje en esta geografía de conflictos diplomáticos eran más obvias, rápidas y correosas. No obstante, sabía que la fortuna había sido generosa con él, después de todo eran cada vez más los compatriotas que pasaban sus días en las prisiones de Rosas.
La pareja subió con dificultad al sulky tirado por un matungo que los llevaría a la estancia, donde el hombre habría de asumir las funciones del nuevo administrador. No veía la hora de establecerse y poner en marcha su ulterior objetivo, paradójicamente: el de espiar. Pero no era ésta una misión de Estado, ¡no!, sino corriente y mercantil. Su verdadero empleador, Monsieur Lagarde, deseaba conocer las condiciones para instalar una bodega y buscar un socio visible entre los viñateros locales. Lo cierto es que las medidas aduaneras actuales sustentadas en los caprichos de Juan Manuel de Rosas traían prosperidad a unas industrias por sobre otras y beneficiaban claramente a los Británicos, pero...la presión que ejercía Francia, creía, cambiaría los vientos. Más sagradas que la patria y sus gobernantes eran las reglas del mercado...
En esto último iba pensando cuando una tos ronca vino a aliviarle la picazón de su garganta.
-Es el viento zonda, caluroso y seco que viene del norte, –dijo el baqueano sin aflojarle la rienda al matungo, -¡cúbrase la boca que dispué le va arder el pecho!, -le advirtió en tanto el francés tosía, escupía y maldecía su destino. -¡Haga así, como la señora!, -indicó complacido con su hallazgo señalándola con el dedo, que rápido bajó para observar con extrañeza a la figura erguida que llevaba cubierto el rostro con una gasa floreada. El color de su piel y el tono verdoso como la hoja del urundé del manto que la cubría, le recordaban vagamente a la virgencita nativa de Itatí, cuyos frescos se reproducen a todo lo largo de su Corrientes natal.
Había algo en esa mujer de exuberante, fresco y húmedo que destacaba en ese paisaje árido. Atrás iban quedando las callejuelas estrechas y las casas solariegas, al fondo: las acequias subían serpenteantes, encauzando las aguas de las altas montañas.
Parecía ser esta la primera ocasión en todo el viaje que alguien reparaba en ella. En el destacamento militar la habían dejado a un lado. Jamás le hacían preguntas, solo se limitaban a mirarla con curiosidad. No había nada explícito en ella, ni en su vestimenta poco convencional, ni en su piel del color de la nuez tostada que evidenciara su vínculo con Francia. Por el contrario, su exotismo neutral, lejano y desinteresado, sumado a la ignorancia de estos hombres respecto a las posesiones coloniales de los países transoceánicos, la ponían a resguardo de cualquier suspicacia.
A los pocos días, el sombrío burgués y su pintoresca esposa ya se habían convertido en la sensación del pueblo y todo Cuyo. La gente no entendía su jerga, no entendían esa unión. La recelaban, la envidiaban, la admiraban.
Nura parecía florecer en ese desierto. Exhibía su esbeltez entre rollizas; su cuello fino, privilegio de la dieta mediterránea era adulado por mujeres tierra adentro, de buches grosos. En tierras donde reinan los almidones y cunden las afecciones tiroideas, Nura, -que había aspirado suficiente brisa marina, y el yodo rojizo como las casas de su aldea, impregnaba sus células para toda una vida-, reinaba. Y Nura...esconde. Esconde su tercer ojo, el de la intuición, ese que le permite ver como en un mapa el rumbo de las fuerzas cósmicas, bajo una pequeñísima gema que brilla entre sus cejas;..y una bolsita de fieltro que en su intimidad descose de su enagua antes de ser lavada, y con diligencia vuelve a coser a su entretela limpia, siempre en un círculo interminable.
Nura ahora está preocupada. El escenario político se ha tensado; Francia teje alianzas con Brasil y Gran Bretaña, es posible que pronto se abran nuevos puertos al noreste; las grietas en el poder interno se profundizan y teme por su esposo que marchará hacia el oeste, quizás a Chile.
Las mejores damas de la zona le ofrecen alojarla una temporada cada una mientras dure la ausencia del marido. –¡Ese hombre no la merece! -repiten, -¡aquí estarás cuidada querida!, el tiempo parece que será promisorio en las casas de las esposas de los funcionarios emergentes del gobierno de Rosas y estancieros allegados; esas mismas damas que se mofan de recibir en persona al Restaurador y sus edecanes, se sienten halagadas con su singular presencia.
Nura apura algunas ropas dentro de la maleta y enciende un cirio. Recita en silencio unas oraciones y luego a la luz alargada de la llama descose la bolsita de fieltro de la que extrae un trozo de papel arrugado.
Los trazos siguen tan elegantes como los recuerda, el cartouche de lineas rotas muestran lo que queda del sello de armas del cónsul Mandeville.
Nura lee por última vez las palabras y acerca el papel sucio al fuego.
SECRETOS A LA FRANCESA
La galera tambaleante dejó a los esposos en la última posta. El viaje fue agotador, la fatiga era visible en sus cuerpos, sin embargo, a ella se la veía serena. El, sumamente irritado, estiraba las piernas y daba zancadas en paso castrense golpeando sus botas, desafiante sobre la calle polvorosa. Sus brazos no atinaban a seguirle el ritmo a sus pies pero pronto encontraron ocupación en bajar el equipaje. De momento, solo su fino bigote rasurado a la moda dejaba traslucir el ánimo que gobernaba su mente, inquieto, destilaba las últimas gotas de sudor envenenado.
Debieron pagar sobreprecio por un par de espacios incómodos en el coche del correo que los trajo, luego de que fueran retenidos en el destacamento militar del río Desaguadero, para ser sometido a un largo y reiterativo interrogatorio. Su origen francés lo hacía blanco de los abusos de la política del Restaurador donde quiera que fuere. No importaba lo mucho que insistiera sobre su infancia en Buenos Aires, ni que suscribiera con fervor a la causa nacional, esas sutilezas simplemente escapaban a los criollos cuando se tenía tan contundente flota francesa bloqueando la puerta de entrada y salida al país. Las sospechas de espionaje en esta geografía de conflictos diplomáticos eran más obvias, rápidas y correosas. No obstante, sabía que la fortuna había sido generosa con él, después de todo eran cada vez más los compatriotas que pasaban sus días en las prisiones de Rosas.
La pareja subió con dificultad al sulky tirado por un matungo que los llevaría a la estancia, donde el hombre habría de asumir las funciones del nuevo administrador. No veía la hora de establecerse y poner en marcha su ulterior objetivo, paradójicamente: el de espiar. Pero no era ésta una misión de Estado, ¡no!, sino corriente y mercantil. Su verdadero empleador, Monsieur Lagarde, deseaba conocer las condiciones para instalar una bodega y buscar un socio visible entre los viñateros locales. Lo cierto es que las medidas aduaneras actuales sustentadas en los caprichos de Juan Manuel de Rosas traían prosperidad a unas industrias por sobre otras y beneficiaban claramente a los Británicos, pero...la presión que ejercía Francia, creía, cambiaría los vientos. Más sagradas que la patria y sus gobernantes eran las reglas del mercado...
En esto último iba pensando cuando una tos ronca vino a aliviarle la picazón de su garganta.
-Es el viento zonda, caluroso y seco que viene del norte, –dijo el baqueano sin aflojarle la rienda al matungo, -¡cúbrase la boca que dispué le va arder el pecho!, -le advirtió en tanto el francés tosía, escupía y maldecía su destino. -¡Haga así, como la señora!, -indicó complacido con su hallazgo señalándola con el dedo, que rápido bajó para observar con extrañeza a la figura erguida que llevaba cubierto el rostro con una gasa floreada. El color de su piel y el tono verdoso como la hoja del urundé del manto que la cubría, le recordaban vagamente a la virgencita nativa de Itatí, cuyos frescos se reproducen a todo lo largo de su Corrientes natal.
Había algo en esa mujer de exuberante, fresco y húmedo que destacaba en ese paisaje árido. Atrás iban quedando las callejuelas estrechas y las casas solariegas, al fondo: las acequias subían serpenteantes, encauzando las aguas de las altas montañas.
Parecía ser esta la primera ocasión en todo el viaje que alguien reparaba en ella. En el destacamento militar la habían dejado a un lado. Jamás le hacían preguntas, solo se limitaban a mirarla con curiosidad. No había nada explícito en ella, ni en su vestimenta poco convencional, ni en su piel del color de la nuez tostada que evidenciara su vínculo con Francia. Por el contrario, su exotismo neutral, lejano y desinteresado, sumado a la ignorancia de estos hombres respecto a las posesiones coloniales de los países transoceánicos, la ponían a resguardo de cualquier suspicacia.
A los pocos días, el sombrío burgués y su pintoresca esposa ya se habían convertido en la sensación del pueblo y todo Cuyo. La gente no entendía su jerga, no entendían esa unión. La recelaban, la envidiaban, la admiraban.
Nura parecía florecer en ese desierto. Exhibía su esbeltez entre rollizas; su cuello fino, privilegio de la dieta mediterránea era adulado por mujeres tierra adentro, de buches grosos. En tierras donde reinan los almidones y cunden las afecciones tiroideas, Nura, -que había aspirado suficiente brisa marina, y el yodo rojizo como las casas de su aldea, impregnaba sus células para toda una vida-, reinaba. Y Nura...esconde. Esconde su tercer ojo, el de la intuición, ese que le permite ver como en un mapa el rumbo de las fuerzas cósmicas, bajo una pequeñísima gema que brilla entre sus cejas;..y una bolsita de fieltro que en su intimidad descose de su enagua antes de ser lavada, y con diligencia vuelve a coser a su entretela limpia, siempre en un círculo interminable.
Nura ahora está preocupada. El escenario político se ha tensado; Francia teje alianzas con Brasil y Gran Bretaña, es posible que pronto se abran nuevos puertos al noreste; las grietas en el poder interno se profundizan y teme por su esposo que marchará hacia el oeste, quizás a Chile.
Las mejores damas de la zona le ofrecen alojarla una temporada cada una mientras dure la ausencia del marido. –¡Ese hombre no la merece! -repiten, -¡aquí estarás cuidada querida!, el tiempo parece que será promisorio en las casas de las esposas de los funcionarios emergentes del gobierno de Rosas y estancieros allegados; esas mismas damas que se mofan de recibir en persona al Restaurador y sus edecanes, se sienten halagadas con su singular presencia.
Nura apura algunas ropas dentro de la maleta y enciende un cirio. Recita en silencio unas oraciones y luego a la luz alargada de la llama descose la bolsita de fieltro de la que extrae un trozo de papel arrugado.
Los trazos siguen tan elegantes como los recuerda, el cartouche de lineas rotas muestran lo que queda del sello de armas del cónsul Mandeville.
Nura lee por última vez las palabras y acerca el papel sucio al fuego.
viernes, 13 de abril de 2012
Relato de Jueves Literario: "Colombia"
La convocatoria de esta semana, a la que llego un poco tarde, la lidera Wendy en su blog. Eurovisión con ojos de mujer, quién nos lleva a tierras colombianas.
El relato que sigue es extenso, lo sé, pero tengan a bien complacerme y leerlo completo, no me queda más que esperar que lo disfruten.
LA GRAN COLOMBIA: ¿HEMOS ARADO EN EL MAR?
El 26 de julio de 1822 llegó al puerto de Guayaquil el bergantín Macedonia procedente de Lima, llevando abordo al General San Martín, recientemente nombrado Protector del Perú. Su destino era reunirse con Simón Bolívar, líder de los ejércitos independentistas del norte y jefe del estado colombiano, a fin de acordar la liberación del Perú, último escenario donde se llevarían a cabo las batallas finales por la independencia de América.
San Martín fue recibido con todos los honores y escoltado hasta el palacio por coraceros uniformados y gente local; las mejores familias habían sido convocadas, todas ellas portando centenares de banderas colombianas. Al General no le quedaron dudas, se trató de una muestra de que la, hasta entonces provincia libre de Guayaquil, había sido anexada a la Gran Colombia.
En los albores de la guerra por la independencia de América, en 1815 Bolívar hace suyo el sueño de Francisco de Miranda, de lograr la integración de toda Sudamérica en una única nación con un gobierno central, para garantía de la independencia de los pueblos que la componen.
El estado que tuvo su creación mediante la constitución de Cúcuta de 1821, fue llamado República de Colombia y estaba comprendido por el Virreinato de Nueva Granada (hoy territorio Colombiano), Capitanía General de Venezuela, Presidencia de Quito y la Provincia independiente de Guayaquil. La superficie total comprendía los territorios actuales de: Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela, pequeñas porciones de Brasil, Costa Rica, Guyana, Nicaragua y Perú.
Desde el caribe llegó un intento de unión, cuando Núñez de Cáceres en 1821 declara la independencia de la capitanía general de Santo Domingo, pero no pudo reunirse con Bolívar que andaba de campañas por el sur, resultando luego invadido su territorio por las fuerzas militares de Boyer, desde el Haití español.
De la reunión en Guayaquil, que se dio en términos muy elogiosos entre ambos héroes, surgieron consecuencias históricas, políticas, muchos estudios posteriores y un sinnúmero de interpretaciones.
Una de ellas dirá que San Martín estaba políticamente vencido, sus fuerzas eran menores frente al poderío y dominio continental de Bolívar, y que había quedado desacreditado frente a sus oficiales al no ordenar la destrucción del ejército realista en Lima cuando tuvo la oportunidad, cuestión que en los hechos alargó la guerra durante tres años más, ello hasta que fueron libradas las batallas vencedoras de Junín y Ayacucho con las que se alcanzó la independencia total de los pueblos americanos.
Cabe aclarar en este punto que: San Martín había acordado previamente en Punchauca, con el hasta entonces Virrey del Perú, la deposición de las armas, a cambio de que se reconociera la independencia del país y se comenzara el traspaso hacia una monarquía constitucional. Tanto San Martín como otros hombres eran de la idea de que la independencia debía lograrse mediante el establecimiento de monarquías constitucionales que recayeran bien en príncipes españoles, o como pretendía Belgrano: en un descendiente del Incanato, de este modo se garantizaba que no quedaran los pueblos de América aislados tanto geográfica como en espíritu, de los vientos de progreso e ideas liberales que corrían allende el mar.
Este plan, el de Punchauca, tendría dos frentes de fracaso, uno en la propia corte madrileña que lejos de la perspectiva local, muchos ansiaban restablecer el esplendor de épocas de Felipe II, y otro en la visión de líderes americanos como Bolívar, que no querían ningún lazo con Europa ni ensayar gobiernos monárquicos.
San Martín y Bolívar, si bien eran compañeros en la masonería y en sus elevados ideales, eran diferentes estrategas militares e ideólogos. De la reunión quedó como saldo una profunda brecha entre ambos y muchas desinteligencias. San Martín le ofrece ponerse bajo sus órdenes y secundarlo con su ejército para liberar Perú. Bolívar declina el ofrecimiento, a cambio ofrece enviar solo tres de sus batallones. El líder sureño renuncia al comando de sus fuerzas y abandona el campo de batalla a favor del líder del norte, se embarca con rumbo a Lima y luego de allí a Valparaíso.
Resulta interesante para ilustrar los acontecimientos, la carta del 29/8/1822 que San Martín envía a Bolívar donde le dice:
“Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me proponía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy firmemente convencido, o de que usted no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con la fuerza de mi mando, o que mi persona le es embarazosa.” Luego agrega: “Estoy íntimamente convencido que sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de América es irrevocable. Pero también lo estoy, de que su prolongación causará la ruina de los pueblos. Y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males. En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado. Para el 20 del mes entrante he convocado al primer Congreso del Perú y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido que sólo mi presencia es el único obstáculo que le impide a Ud. venir al Perú con el ejército a su mando. Para mi hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América del Sur debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse. Con estos sentimientos, y con los de desearle únicamente sea Ud. quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sur, se repite su afectísimo servidor.”
Se dice que en la reunión de Guayaquil se acuñó la siguiente frase que San Martín dijo a su compañero Simón Bolívar: “hemos arado en el mar”.
Según palabras de Abel Posse, el líder sureño y otros no estaban contentos de cómo iban las cosas, sentían que estaban consolidando una independencia sin contenido. Un grupo de militares, clérigos y abogados asumía en nombre de la democracia el gobierno de repúblicas vacías. San Martín, profundamente desilusionado y previsor de los dolorosos acontecimientos que se sucederían, se autoexilia en Francia donde muere en 1850.
La América que dejó era solo un desierto apenas poblado por gente que miraban pasar las tropas de sus libertadores con total indiferencia, esperando que se asentara el polvo levantado por los cascos....
....A duras penas le asienta en el estomago la arepa de maíz con queso que acaba de deglutir; la mucosa está crispada, lo siente, lo sabe. La preocupación creciente le hace estarse en pie antes del alba. El embarque tiene que estar listo y estibado en el puerto de Cartagena de Indias en tres semanas a partir de entonces.
El aire se siente opresivo allá arriba, parecería que los pulmones se envician de tanto oxigeno. Está fresquito y oscuro aún; los pasos del caballo se adelantan lentamente siguiendo el camino entre arbustos. La hojarasca tostada y húmeda le acolcha los cascos. El animal sacude las crines cuando su jinete le tira las riendas para detenerse, y desmonta. Es una trama oscura la vegetación que se extiende por donde mire, fragante, lo envuelve como la neblina densa que persiste....ya casi se desvanece, en unos minutos se hará la luz....minutos eternos que lo separan del día que comienza...-¡paciencia!-se dice, mientras: toma un fruto rojo del cafetal en sus manos y lo huele largamente, lo mete en su boca invocando al sabor dulcecito para que le acompañe.....
Nota: El estado: La Gran Colombia creado en 1821 pereció en 1831. No soportó las diferencias políticas y tensiones regionales. Tal como presuponían los hombres de la talla de San Martín, a esto siguió un siglo de conflictos y guerras intestinas. Liderazgos de caudillos, injusticia, desigualdades, robos y el desangre de los pueblos en tierras vastas y ricas que condenaron a los americanos al aislamiento y ostracismo por mucho tiempo, aún sus consecuencias llegan hasta nuestro días.
Simón Bolívar falleció en Santa Marta en el año 1830.
El relato que sigue es extenso, lo sé, pero tengan a bien complacerme y leerlo completo, no me queda más que esperar que lo disfruten.
LA GRAN COLOMBIA: ¿HEMOS ARADO EN EL MAR?
El 26 de julio de 1822 llegó al puerto de Guayaquil el bergantín Macedonia procedente de Lima, llevando abordo al General San Martín, recientemente nombrado Protector del Perú. Su destino era reunirse con Simón Bolívar, líder de los ejércitos independentistas del norte y jefe del estado colombiano, a fin de acordar la liberación del Perú, último escenario donde se llevarían a cabo las batallas finales por la independencia de América.
San Martín fue recibido con todos los honores y escoltado hasta el palacio por coraceros uniformados y gente local; las mejores familias habían sido convocadas, todas ellas portando centenares de banderas colombianas. Al General no le quedaron dudas, se trató de una muestra de que la, hasta entonces provincia libre de Guayaquil, había sido anexada a la Gran Colombia.
En los albores de la guerra por la independencia de América, en 1815 Bolívar hace suyo el sueño de Francisco de Miranda, de lograr la integración de toda Sudamérica en una única nación con un gobierno central, para garantía de la independencia de los pueblos que la componen.
El estado que tuvo su creación mediante la constitución de Cúcuta de 1821, fue llamado República de Colombia y estaba comprendido por el Virreinato de Nueva Granada (hoy territorio Colombiano), Capitanía General de Venezuela, Presidencia de Quito y la Provincia independiente de Guayaquil. La superficie total comprendía los territorios actuales de: Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela, pequeñas porciones de Brasil, Costa Rica, Guyana, Nicaragua y Perú.
Desde el caribe llegó un intento de unión, cuando Núñez de Cáceres en 1821 declara la independencia de la capitanía general de Santo Domingo, pero no pudo reunirse con Bolívar que andaba de campañas por el sur, resultando luego invadido su territorio por las fuerzas militares de Boyer, desde el Haití español.
De la reunión en Guayaquil, que se dio en términos muy elogiosos entre ambos héroes, surgieron consecuencias históricas, políticas, muchos estudios posteriores y un sinnúmero de interpretaciones.
Una de ellas dirá que San Martín estaba políticamente vencido, sus fuerzas eran menores frente al poderío y dominio continental de Bolívar, y que había quedado desacreditado frente a sus oficiales al no ordenar la destrucción del ejército realista en Lima cuando tuvo la oportunidad, cuestión que en los hechos alargó la guerra durante tres años más, ello hasta que fueron libradas las batallas vencedoras de Junín y Ayacucho con las que se alcanzó la independencia total de los pueblos americanos.
Cabe aclarar en este punto que: San Martín había acordado previamente en Punchauca, con el hasta entonces Virrey del Perú, la deposición de las armas, a cambio de que se reconociera la independencia del país y se comenzara el traspaso hacia una monarquía constitucional. Tanto San Martín como otros hombres eran de la idea de que la independencia debía lograrse mediante el establecimiento de monarquías constitucionales que recayeran bien en príncipes españoles, o como pretendía Belgrano: en un descendiente del Incanato, de este modo se garantizaba que no quedaran los pueblos de América aislados tanto geográfica como en espíritu, de los vientos de progreso e ideas liberales que corrían allende el mar.
Este plan, el de Punchauca, tendría dos frentes de fracaso, uno en la propia corte madrileña que lejos de la perspectiva local, muchos ansiaban restablecer el esplendor de épocas de Felipe II, y otro en la visión de líderes americanos como Bolívar, que no querían ningún lazo con Europa ni ensayar gobiernos monárquicos.
San Martín y Bolívar, si bien eran compañeros en la masonería y en sus elevados ideales, eran diferentes estrategas militares e ideólogos. De la reunión quedó como saldo una profunda brecha entre ambos y muchas desinteligencias. San Martín le ofrece ponerse bajo sus órdenes y secundarlo con su ejército para liberar Perú. Bolívar declina el ofrecimiento, a cambio ofrece enviar solo tres de sus batallones. El líder sureño renuncia al comando de sus fuerzas y abandona el campo de batalla a favor del líder del norte, se embarca con rumbo a Lima y luego de allí a Valparaíso.
Resulta interesante para ilustrar los acontecimientos, la carta del 29/8/1822 que San Martín envía a Bolívar donde le dice:
“Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me proponía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy firmemente convencido, o de que usted no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con la fuerza de mi mando, o que mi persona le es embarazosa.” Luego agrega: “Estoy íntimamente convencido que sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de América es irrevocable. Pero también lo estoy, de que su prolongación causará la ruina de los pueblos. Y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males. En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado. Para el 20 del mes entrante he convocado al primer Congreso del Perú y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido que sólo mi presencia es el único obstáculo que le impide a Ud. venir al Perú con el ejército a su mando. Para mi hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América del Sur debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse. Con estos sentimientos, y con los de desearle únicamente sea Ud. quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sur, se repite su afectísimo servidor.”
Se dice que en la reunión de Guayaquil se acuñó la siguiente frase que San Martín dijo a su compañero Simón Bolívar: “hemos arado en el mar”.
Según palabras de Abel Posse, el líder sureño y otros no estaban contentos de cómo iban las cosas, sentían que estaban consolidando una independencia sin contenido. Un grupo de militares, clérigos y abogados asumía en nombre de la democracia el gobierno de repúblicas vacías. San Martín, profundamente desilusionado y previsor de los dolorosos acontecimientos que se sucederían, se autoexilia en Francia donde muere en 1850.
La América que dejó era solo un desierto apenas poblado por gente que miraban pasar las tropas de sus libertadores con total indiferencia, esperando que se asentara el polvo levantado por los cascos....
....A duras penas le asienta en el estomago la arepa de maíz con queso que acaba de deglutir; la mucosa está crispada, lo siente, lo sabe. La preocupación creciente le hace estarse en pie antes del alba. El embarque tiene que estar listo y estibado en el puerto de Cartagena de Indias en tres semanas a partir de entonces.
El aire se siente opresivo allá arriba, parecería que los pulmones se envician de tanto oxigeno. Está fresquito y oscuro aún; los pasos del caballo se adelantan lentamente siguiendo el camino entre arbustos. La hojarasca tostada y húmeda le acolcha los cascos. El animal sacude las crines cuando su jinete le tira las riendas para detenerse, y desmonta. Es una trama oscura la vegetación que se extiende por donde mire, fragante, lo envuelve como la neblina densa que persiste....ya casi se desvanece, en unos minutos se hará la luz....minutos eternos que lo separan del día que comienza...-¡paciencia!-se dice, mientras: toma un fruto rojo del cafetal en sus manos y lo huele largamente, lo mete en su boca invocando al sabor dulcecito para que le acompañe.....
Nota: El estado: La Gran Colombia creado en 1821 pereció en 1831. No soportó las diferencias políticas y tensiones regionales. Tal como presuponían los hombres de la talla de San Martín, a esto siguió un siglo de conflictos y guerras intestinas. Liderazgos de caudillos, injusticia, desigualdades, robos y el desangre de los pueblos en tierras vastas y ricas que condenaron a los americanos al aislamiento y ostracismo por mucho tiempo, aún sus consecuencias llegan hasta nuestro días.
Simón Bolívar falleció en Santa Marta en el año 1830.
viernes, 6 de abril de 2012
Relato de Jueves Literario: ¡Ay que desgraciado/a soy, tengo obras en mi casa!
Nuevamente en casa de Gustavo, quién lidera la convocatoria de la semana, allí mas dramas de la contrucción
¡AY QUE DESDICHADA SOY, LOS OBREROS NO ENCUENTRAN MI CASA!
Mi casa sufre, se siente fea y vieja, y aunque no lo supe de inmediato, lo sé ahora; los signos son inequívocos.
...Será mejor que empiece por referirle los hechos que lo indican, así puede usted mí estimado, tener una dimensión acabada de la gravedad de cuanto le digo y de la consiguiente solicitud: ¡tenga a bien tomar debida nota de las coordenadas de mi morada que tanto le necesita!...
...De la nada y sin motivo aparente los techos sobre mí se esponjan y una llovizna finita, lastimosa empieza a caer insistente sobre los muebles y mi persona. La luz escapa y mi casa parece achicarse al tiempo que un rumor de trueno crece como si miles de patas batieran los suelos, trajeran olor a tierra mojada y anunciaran la llegada próxima de una marabunta dispuesta a arrasar con todo a su paso.
Anticipándose a la crispación en aumento: los colores de las paredes se arrebatan, el perro huye despavorido y el emplumado que no puede por estar enjaulado, se embucha el miedo y se queda inmóvil, reconozco que valiente, tras su enorme papada.
Con fuerza escalonada mi casa descarga metrallas de llantos y algunos, furiosos, aturden como agudos de trompetas. A poco llueve a mares y las lágrimas se convierten en cascotes de hielo que castigan los pisos. Pronto corren aguas servidas y flotan por igual renacuajos que desperdicios. Los vidrios se estremecen, el aire escapa por las ventanas al tiempo que mi casa agita las cortinas de pura frustración y yo, impotente, trato de calmarla. Le acaricio las grietas que le cruzan las macilentas paredes de zócalo a techo; inútil le repito con mis labios pegados al grueso revoque: “que sus marcas traducen su expresión”...pero,...no hay cal que seque las superficies chorreadas ni beso que consuele ciertamente. En breve los sollozos se hacen gemidos ahogados, las piedras quedan hinchadas y las juntas de sus lagrimales inflamados. Solo las raíces parecen alegrarse; se deslizan por debajo de las puertas para saludar, y fosforece el verde traidor...
...Le ruego: ¡no olvide mi estimado enviarme entre sus obreros maquilladores, aquellos que sepan de revoques con peine fino y de fijadores con brillo nácar!...
¡AY QUE DESDICHADA SOY, LOS OBREROS NO ENCUENTRAN MI CASA!
Mi casa sufre, se siente fea y vieja, y aunque no lo supe de inmediato, lo sé ahora; los signos son inequívocos.
...Será mejor que empiece por referirle los hechos que lo indican, así puede usted mí estimado, tener una dimensión acabada de la gravedad de cuanto le digo y de la consiguiente solicitud: ¡tenga a bien tomar debida nota de las coordenadas de mi morada que tanto le necesita!...
...De la nada y sin motivo aparente los techos sobre mí se esponjan y una llovizna finita, lastimosa empieza a caer insistente sobre los muebles y mi persona. La luz escapa y mi casa parece achicarse al tiempo que un rumor de trueno crece como si miles de patas batieran los suelos, trajeran olor a tierra mojada y anunciaran la llegada próxima de una marabunta dispuesta a arrasar con todo a su paso.
Anticipándose a la crispación en aumento: los colores de las paredes se arrebatan, el perro huye despavorido y el emplumado que no puede por estar enjaulado, se embucha el miedo y se queda inmóvil, reconozco que valiente, tras su enorme papada.
Con fuerza escalonada mi casa descarga metrallas de llantos y algunos, furiosos, aturden como agudos de trompetas. A poco llueve a mares y las lágrimas se convierten en cascotes de hielo que castigan los pisos. Pronto corren aguas servidas y flotan por igual renacuajos que desperdicios. Los vidrios se estremecen, el aire escapa por las ventanas al tiempo que mi casa agita las cortinas de pura frustración y yo, impotente, trato de calmarla. Le acaricio las grietas que le cruzan las macilentas paredes de zócalo a techo; inútil le repito con mis labios pegados al grueso revoque: “que sus marcas traducen su expresión”...pero,...no hay cal que seque las superficies chorreadas ni beso que consuele ciertamente. En breve los sollozos se hacen gemidos ahogados, las piedras quedan hinchadas y las juntas de sus lagrimales inflamados. Solo las raíces parecen alegrarse; se deslizan por debajo de las puertas para saludar, y fosforece el verde traidor...
...Le ruego: ¡no olvide mi estimado enviarme entre sus obreros maquilladores, aquellos que sepan de revoques con peine fino y de fijadores con brillo nácar!...
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