EL AMOR LLAMA A LA PUERTA
Los sonidos de la calle la empujan hacia la boca del túnel que
se la traga de un bocado. Una vez dentro el zumbido se hace grave y la luz, descortés.
Camina por un pasillo azulejado guiada por pequeños chirridos que se suceden a
lo largo de los interminables tubos fluorescentes del techo, y a medida que se interna sus pisadas van
perdiendo levedad. Sus tacos comienzan a dibujar tímidos semicírculos en el piso al
son de un “taquito militar” que un muchacho ejecuta en una guitarra enchufada a
un amplificador, de pronto se siente confiada y se permite medio balanceo, una oscilación de cadera...o dos. Entra a la formación y detrás de
ella un corte de guillotina descabeza la milonga. Callan los sonidos tangueros que
minutos antes le trajeron un sentimiento íntimo de pertenencia que ve reflejado
en las sonrisas de otras personas, y secretamente todos agradecen.
El vagón está casi vacío pero aun así no quiere arriesgarse
a sufrir las consecuencias de un paso apurado, de modo que se acomoda en uno de
los asientos de material plástico mate disponible
frente a la puerta de acceso, en la que se adivinan los restos de miles de
notas decapitadas. A través de sus
ventanillas se suceden las estaciones iluminadas como puertos de civilización en
medio del océano oscuro, suenan fuertes pitidos que dan largada a veloces carreras de los cables tendidos en las
tripas del subterráneo, y hay reflejos que se cuelan entre flashes que disparan
a las retinas. Semejante visión con los lentes de leer puestos le produce mareo, nada grave, se los quita, pero antes revisa el whatsapp: “Ya estoy aquí esperándote”.
La formación entra a la estación terminal, ella se para y a
continuación la imagen del hombre quieto con una ramito de jazmines en la mano
se le acerca hasta quedar tras la puerta de acero. La puerta se abre, ella la atraviesa y con paso holgado se dirige al encuentro de una historia que aún, no se escribe