CERCANA SOSPECHA
La señora de la limpieza llego a la casa apenas pasadas las diez. Puso agua en la pava eléctrica con la intención de tomarse una segunda
ronda de mates para animar una jornada de trabajo que había empezado más
temprano, antes de salir de su propio hogar.
Corrió las cortinas del gran ventanal que daba al parque. La
mañana del sábado se presentaba soleada aunque algo fresquita todavía. El pronóstico
decía que la temperatura subiría para el mediodía.
El cuerpo yacía algo despatarrado a orillas de la pileta. La
dueña de casa, vista a través del ventanal, lucía como si estuviera recostada
tomando el sol de la mañana. Llevaba todavía la ropa de cama, por lo que la señora
de la limpieza, previo paneo rápido a la cocina, concluyo que no había desayunado.
Seguidamente puso sus pies en el césped mullido que se aplastó bajo su peso y
hacia el cuerpo inerte se dirigió cubriéndose los ojos con la mano.
Casi cayo redonda por la impresión que le causo ver la cara
morada, tuvo que apretar fuerte el teléfono y hacer la respiración consciente para
que la hija de la casa pudiera atender la urgencia del llamado.
La muchacha en un acto desesperado trató de reanimar a su
madre; nada pudo hacerse, llevaba muerta unas horas. Más tarde, entre sollozos
se lamentaron propios y ajenos. Hacía varios meses que la dueña de casa estaba
muy mal, -¿cuánto hace de la separación?, -más de seis meses, ¿ya?, ¡qué
barbaridad! Nadie quería enfrentarlo, ni siquiera su psiquiatra, pero lo
primero que vino a la mente de los íntimos fue que la mujer triste finalmente había
tenido éxito luego del primer intento fracasado. Había tenido la oportunidad
esa última noche, el hijo en casa de su novia, la hija con los suyos, el marido
que no volvería, ninguna visita, las circunstancias la habían dejado sola. Pasaron
revista y los calmantes parecían estar
todos en su lugar. Un módico alivio los invadió. Será entonces que su corazón
doliente simplemente había dejado de latir, después de todo, no había signos de
violencia, ni robo, ni cerraduras forzadas.
Se esperaba que la inhumación de la mujer triste se hiciera
en un clima de angustia infinita, de reproches tácitos, de culpas masculladas
con mandíbulas apretadas. Lo inesperado fue el llamado de la fiscal a cargo
del proceso de averiguación de la causa de muerte; los resultados provisorios
de la autopsia indicaban que la mujer triste había muerto por “asfixia mecánica
y sofocación”. Que alguien le había apretado su cuello hasta provocarle
lesiones en las arterias carótidas, y que además tenía daño en el interior de
sus labios, como si su boca hubiera sido presionada con una tela que no había dejado
marcas en el exterior, en suma: había sido asesinada.
Los deudos que momentáneamente gozaron de natural empatía, están
hoy en la mira de las sospechas