jueves, 20 de marzo de 2014

Relato de Jueves Literario: "Otoño, o primavera en su caso"

La convocatoria de este jueves la lidera Gustavo, nos pide que escribamos sobre los sonidos del otoño o la primavera según estemos de este o del otro lado del meridiano, en su casa nos encontramos en busca de ocres y verdes






OTOÑO EN CASA


El otoño se apareció hace unos cuantos días sin esperar la señal para la entrada oficial. Su presencia se hizo notar gradualmente, con tímidos descensos de temperaturas al principio, una poca de lluvia, que luego trocaron en un poco muchas (¡llueve cada tres días en Buenos Aires!)  y por último: frescos matinales que bajo nuestras narices se hicieron vespertinos.
Artera y subrepticia fue su aparición, hasta que se hizo evidente, y ya nada cabe, pues estamos mediando marzo. No hubo oportunidad para que los espabilados se quejasen por el desplazamiento anticipado del verano, aunque estimo que pocas quejas se escucharían de los sufridos habitantes. La estación se portó brutal con nosotros.
Con luces fulgurantes y sopor aplastante nos sumió en una siesta acompasada por mil ronroneos de aire-acondicionado. Por el furioso clamor de chicharras, el siseo persistente de los mosquitos y el pausado aleteo de un ventilador arrinconado.
Pero no voy a enemistarme con el verano, pues un enero me trajo a Manuel.
De ahora en más los festejos de su cumpleaños estarán signados por una estación salvaje. Que no hace concesiones. Todo parece funcionar a medias, como si estuviéramos suspendidos en una larga tregua estival. De ahora en más tendremos que considerar situaciones extremas. Además de saber con certeza que siempre habrá amigos y familiares ausentes por vacaciones, tendremos que decidir si habremos de festejar al intemperie o en salón, si acaso habremos de derretirnos a la sombra o si deberemos guarecernos de una lluvia torrencial.
Invierno y verano se dan sin medias tintas, pero otoño...¡otoño es transitivo!
La luz se atenúa, se vuelve amable. Hilachas blancas surcan el cielo a velocidad crucero durante todo el día, adulteran al puro celeste. Los vidrios arrojan reflejos largos sobre las paredes, los colores se ven nítidos, los pasteles ganan cremosidad.
Otoño es la estación que me tocó en la repartija. Abril es el mes de mi cumpleaños, el mes tibio, el que templa la espera; en tanto el frío cobra contundencia y espesura los platos.
Las mañanas fresquitas me traen las sonoras aperturas de pesados postigos, los mismos que se cierran poco antes de caer la tarde, un batir fugaz de aves rasantes en el patio, el fru-fru de las sabanas que se quedan con la tibieza de los cuerpos.
Mientras me pongo un abrigo liviano, sigo con la mirada a Manuel que sale de la habitación. Mis oídos van tras sus pasos apurados que rebotando en la madera, se dirigen a la cocina iluminada. Allí mi cuidado tiene relevo.
Pongo mi atención por unos minutos en los sonidos que de la cocina escapan y me anticipan la mañana: El estridente choque de metales que provoca el vapor cuando empuja la tapa de la pava, el agua hirviendo que a borbotones entra volcada en el termo; la yerba se sacude el polvo bajo un golpe de mano, y ya no contengo las ganas de tomarme unos mates calientes. Una galleta firme se parte dejando caer unas semillas de sésamo. En nada, Manuel reclamará su bocado.