UNA DAMA ARISTOCRÁTICA, UN TEATRO, UN ACTO DE GENEROSIDAD
Las largas horas de ensayo están llegando a su fin, ¡no más
por hoy!, el elenco está exhausto. El director desde la primera fila hace una
seña de corte seco y definitivo, bastante teatral, con un movimiento de brazo horizontal de lado a lado
que le demanda más energía de la que
tiene. Con menos vehemencia esta vez les hace saber a los técnicos que
deben aguardar las instrucciones finales.
Sobre el escenario los actores se sientan a descansar,
algunos estiran las piernas, otros vocalizan suave, bocas enormes que se abren,
cierran, se dan masajes en las gargantas, mañana en el estreno se lucirán las
voces con sus cuerpos
Junto al director la dama de gris severo, miembro de la
aristocracia artística del país, no ha podido hasta el momento confraternizar
con el resto del elenco que la trata con
excesiva amabilidad, demasiada veneración. Si su deseo decidiera estaría en
casa leyendo un buen libro, pero su voluntad comprometida la ha colocado a
diario durante el último mes en la sala de ese teatro, ensayando una obra cuya
protagonista fue su papel cuarenta años atrás, y ahora de ella solo se espera
que diga unas pocas palabras desde una silla en una escena jocosa, y que su presencia
arroje luz al escenario, una bendición ceremonial en la consagración del arte.
La noche del estreno dará cuenta de la acertada puesta en
escena, de la arriesgada adaptación, de la calidad de los actores y de la
atmósfera especial, conmovedora que se vivió entre la audiencia que respondió
divertida a la breve interpelación de la vieja dama aristocrática y de la
pequeña ovación que tuvo lugar, instantes antes de que la atención de la
audiencia la abandonara para seguir la
trama que se desplegaba en el lugar