EL SECRETO DETRÁS DE LA SONRISA
Su secreto de belleza lo tiene guardado bajo cuatro llaves,
el mismo número de mascarillas que se coloca por las noches.
En cada conversación, aun en la más banal, cada vez que va a
abrir la boca para decir algo, todo sonido de palabras que viaja de oído a oído
se detiene a mitad de marcha y un silencio se abre lo suficiente para contener
solemne lo que sea salga expulsado por esos labios indemnes, -que cada noche cubre
con humedad oleosa para resistir los ríos secos que amenazan surcarle de punta
a punta la carne rosada-, como si su juventud prisionera le confiriera autoridad
a su opinión.
-Yo opino que los tomates están muy caros, mejor será usar
palta en la ensalada- dice tratando de mantenerse seria, pero una sonrisa
aparece arrugándole la nariz, y no es la primera del día, ni será la última,
pues ríe mucho, especialmente de noche cuando las hadas que cabalgan en los
potajes la distraen de su labor con sueños placenteros.
Algunos le oyeron decir que una buena inversión sería comprar
una yogurtera, y la gravedad que se dibujó en la mente de los que tomaron nota fue
lo mismo que si se tratara de una inversión bursátil.
Su marido de cara flaca y arrugada, -quien no disfruta de la
lozana algarabía de su esposa y solo parece satisfacerle la sopa de coliflor
espesa-, dice que tantos empastes no le han hecho nada bien.
Los vecinos aseguran no haber dado con secreto alguno en
intrusiones ocasionales organizadas.
Nada se adivina de las baldosas lavadas
del patio, ni del ajetreo permanente de la cocina. Los curiosos solamente reportan como datos irrelevantes: un ligero olor a pedo en el ambiente,
canturreos matinales y algún aullido de gato desde el antepecho de la ventana
que da a la calle.